Comentario
Ante las nuevas condiciones políticas, sociales y económicas que se desarrollaron en los siglos XV y XVI, surgirán también nuevos ideales y preocupaciones literarias, constituyendo una coyuntura propicia para la aparición de nuevos géneros, de nuevas formas literarias, de nuevas tendencias poéticas, potenciadas y divulgadas gracias a un vehículo tan poderoso como la imprenta. Esos nuevos ideales expresaban los cambios de un mundo optimista, seguro de sí mismo.
Si ha de establecerse una cronología, es decir, unos preliminares del Renacimiento literario, podríamos afirmar que este proceso se gestó en Italia en torno al siglo XIV, mucho antes que en el resto del Continente europeo. Y en esos preliminares cabe situar a los precursores de los escritores de la plenitud renacentista del siglo XVI, esto es, Dante Alighieri, Francesco Petrarca y Giovanni Boccaccio.
Dante Alighieri (1265-1321) empezó por ser el poeta más representativo del "dolce stil nuovo", denominación creada por él mismo para definir una corriente lírica que agrupaba a otros poetas de la segunda mitad del siglo XIII (G. Guinizzelli y G. Cavalcanti) y a él mismo y que se caracterizaba por la dulzura del fraseo y de la expresión y por una apuesta por el enriquecimiento técnico y temático. Igualmente, aunque heredado de los trovadores medievales, el amor es lo nuevo. Para Dante, el amor es nuevo en cuanto renovador, como introductor de una vida nueva. Y además lo es como símbolo y distintivo de la nueva clase social dominante, que manifiesta su nobleza no en su sangre sino en su manera de amar. Al mismo tiempo, el amor es percibido por los poetas del "dolce stil nuovo" y por Dante en su "Vita Nuova" como representación de lo divino, de lo más alto, como encarnación de todo lo ideal y espiritual, por encima del mundo de los amores humanos. La "donna", la mujer amada, Beatrice, aparece entre la gente rodeada de alabanzas, celestialmente pura y bienaventurada, en una esfera de trascendencia tal que cumple una función de centro de cielo equiparable a los ángeles.
La vida literaria de Dante no termina en la lírica, se extiende también por temáticas e intenciones radicalmente distintas. A la dolorosa conciencia del desorden y de la injusticia tomada durante su exilio político obedece la redacción del "Convivio" (1304-1307), escrito en italiano, como protesta contra el materialismo y la corrupción del poder pontificio y, en el plano personal, como fruto de su inquietud ética, como exposición de sus propias ideas. Su tratado "De Monarchia", de clara oposición a los poderes temporales del Papado y proclive a la superioridad del Imperio sobre aquél, profundiza en un problema teórico, la secularización de la vida política, que no se resolvería tan tempranamente, aunque terminaría por constituir una de las grandes controversias de los comienzos de la Modernidad. Antes del destierro parece que Dante comenzó la "Divina Comedia", un enorme poema teológico, de presupuestos bíblicos, que incorpora en su desarrollo y en sus protagonistas a la Antigüedad clásica. Precisamente esto hizo de él, como ya ocurriera con Giotto o con Brunelleschi, un auténtico rescatador de esa época olvidada, el motor de arranque del Renacimiento. El tema de la obra es un recorrido del poeta por el Infierno, el Paraíso y el Purgatorio en torno narrativo, persuasivo y doctrinario; sin embargo, fue su carácter y su simbolismo alegórico como movimiento poético lo que determinó en gran medida toda la literatura posterior del Renacimiento.
El siglo XIV contempló la consolidación y la maduración de la literatura italiana prerrenacentista, estableciéndose las bases de desarrollo de una verdadera literatura nacional. A partir de ese momento, dentro de la literatura la primacía le corresponderá a la filología, al amor al texto y a la letra, a la afición a los libros. Eso constituirá, más tarde, un elemento caracterizador del Humanismo del que Francesco Petrarca (1304-1374) ha sido considerado fundador. Hijo de notario güelfo exiliado de Florencia, empezó su vida intelectual al servicio del cardenal Colonna, después de haber cursado estudios jurídicos en Montpellier y Bolonia, desempeñando ocasionalmente algunas misiones diplomáticas. Pero como tarea primordial Petrarca se propuso el estudio filológico y literario de la Antigüedad clásica. Sabemos que en 1325 obtuvo cuatro grandes manuscritos: los poemas de Virgilio, las "Etimologías" de san Isidoro, la "Ciudad de Dios" de san Agustín y las "Epístolas" de san Pablo. Y por esas fechas reconstruyó la versión auténtica e hizo una edición crítica de "Ab urbe condita" de Tito Livio, basándose en diversos códices. Asimila el clasicismo con tal perfección que incluso llega a superar a muchos de sus continuadores directos, comprendiendo el mundo antiguo no a la manera medieval, considerándolo como mera fuente a la que hay que acudir para aspectos determinados de la producción literaria, sino restaurándolo, como transmisor al presente de los eternos valores del pasado clásico.
En su diálogo "De secreto conflictu curarum mearum" conversa con san Agustín, su figura predilecta, el último escritor del Imperio romano. A través del diálogo Petrarca reconoce su hastío general, pues le disgusta su época y habría sido su deseo haber nacido en otro tiempo, en la Antigüedad, pues le molestan los bárbaros modernos, sus contemporáneos. Por lo demás, durante el diálogo, san Agustín le reprocha al humanista su amor a la belleza y a la gloria, su afán clásico de ganar la inmortalidad por la fama poética y su enamoramiento de la "donna" (Laura) de sus rimas, por más que Petrarca declarase en su "Canzoniere" que lo que pretendía escribiendo no era adquirir fama, sino desahogar el corazón. Pero Petrarca acepta la vida tal como es, como conflicto, como imperfección, al mismo tiempo que conserva su "docta religio", es decir, su idea de que la piedad devota de un hombre de letras será siempre superior a la de un ignorante, lo que moralmente le consuela.
Con todo, la obra que hace de Petrarca el punto de arranque de la poesía europea desde el siglo XVI es su "Canzoniere". En ella está el canon poético renacentista. El cancionero petrarquesco fue compuesto a partir de 1330 y hasta la muerte del poeta y consta de más de 300 composiciones, la mayoría de las cuales tienen como tema su amor por Laura. Aunque la relación con los poetas del "dolce stil nuovo" y con Dante es obvia, Laura ya no es la donna angelical, sino una mujer, poco idealizada, y Petrarca no es otro que un hombre enamorado y desesperanzado por la imposibilidad de tener a la amada.
La producción literaria de Giovanni Boccaccio (1313-1375) responde ya a la demanda y a la satisfacción de una ideología burguesa triunfante y, en consecuencia, plenamente moderna y renacentista. A pesar de ser hijo de mercader se entregó desde joven a la lectura de Apuleyo y Tito Livio. Hacia 1333 escribe sus "Rimas" bajo la influencia del "dolce stíl nuovo" y de poco tiempo después es el poema "Filostrato", que formalmente constituye lo que será el poema de sólida estructura métrica en octavas reales más utilizado durante el Renacimiento maduro y en el Barroco. Temáticamente Boccaccio mezcla motivos clásicos con su inclinación hacia la tradición medieval de leyendas feudales, como se aprecia también en su poema "Teseide", usando una leyenda tebana y ambientándola en una atmósfera propia de libros de caballerías. Hacia 1340 desarrolla en Florencia su carrera de humanista diplomático y allí inicia lo que será un género típico del Renacimiento, la novela pastoril, en prosa y con introducción abundante de versos, un género de evasión para lectores cortesanos.
La experiencia con formas y géneros nuevos que caracteriza a Boccaccio confluirá necesariamente en el "Decamerón". Escritos entre el refinamiento clásico y la funcionalidad narrativa, los cien cuentos que lo componen tienen una temática de indecencia y burla, pero también hay en ellos motivos legendarios, exóticos y románticos. Mediante la sátira nos presenta a la sociedad florentina de su época, en la cual los valores burgueses, la astucia y la agudeza, han triunfado. Tal huella dejó el "Decamerón" en la narrativa coetánea y posterior que la narrativa del Quattrocento sigue el modelo fijado por Boccaccio, sin grandes pretensiones estilísticas y con temáticas idénticas (frailes fornicadores y lascivos, caballeros apasionados), aunque el tono desvergonzado y excesivamente coloquial evitan claridad en el desarrollo de la acción. De tales características son los cuentos de Gentili Sermini o de Sabbadino degli Arienti (las Porretane). Igualmente, el inglés Chaucer escribe pocos años después de Boccaccio los "Cuentos de Canterbury" con técnicas narrativas y temáticas semejantes. Conseguida la difusión y el éxito de su obra, Boccaccio es nombrado embajador en Aviñón y, siguiendo la estela de Petrarca, a quien había conocido poco tiempo antes, escribe otro "Buccolicon carmen" y una serie de obras en latín que tendrán una gran acogida entre los humanistas literatos del siglo XV. Precisamente en su tratado "De genealogiis deorum gentilium" aparece un concepto de teoría literaria que servirá como programa de valores literarios común para todos los escritores del Renacimiento. En pocas líneas sentencia Boccaccio qué es la poesía: inspiración o fervor del alma de inventar exquisitamente y de decir o escribir lo inventado, imaginar peregrinas e inauditas invenciones, componerlas una vez meditadas con un cierto orden, adornar la composición con un contexto inusitado de palabras y frases y recubrir la verdad con un velo ficticio y apropiado. Tales ideas constituirán auténticos axiomas literarios durante el XVI.
En efecto, el Cinquecento constituye la cumbre de la literatura italiana y por extensión de la europea. Literariamente, la primera mitad del siglo XVI contempla el triunfo del "Orlando furioso" de Ariosto, el establecimiento de un modelo teórico del poder político, pero sobre bases reales, con "De Principatibus" de Maquiavelo, y la adopción del canon del hombre de corte con "El Cortesano" de Castiglione. En los años treinta la expansión literaria deja paso a un proceso de disminución vital que se manifiesta en el creciente uso de la preceptiva y la adopción de la poética de Aristóteles como reglamento de circulación literaria. La conciencia de inseguridad en los que escriben les obliga a un repliegue y a una llamada al racionalismo como instrumento para ordenar la literatura. El término "Academia", que había significado debate y contraste de ideas, toma a partir de esos años un sentido contrario, de limitación y de reglamentación. Se impone, por lo demás, un criterio lingüístico a los escritores, un modelo ideal de toscano abstracto y petrrarquizante, que evita los coloquialismos como vulgares y exige los usos cortesanos en el estilo. Como ejemplo de todo ello, recuérdese que en esos decenios se hizo obligatorio en la composición dramática o teatral la adopción de las tres unidades aristotélicas de acción, lugar y tiempo, lo que no constituye más que una prueba de las incertidumbres entre los lideratos italianos.
Sin embargo, eso no es óbice para la creación de un nuevo teatro, plenamente renacentista y moderno. Siendo como es el teatro lenguaje en acción y espectáculo sobre un escenario, la novedad que presenta este género en el siglo XVI afectó al público y al modo de ofrecerse el espectáculo. El teatro renacentista es un género para ser representado ante minorías cultas y cortesanas. En segundo lugar, el teatro renacentista pretende y cree ser una resurrección del teatro clásico, de la Antigüedad. Su idea de la tragedia no es la griega, concebida para ser representada como una fiesta ante el pueblo, sino la romana, pensada como una obra de salón y cuya escenografía debió ser muy complicada. Este nuevo teatro es deudor de la comedia latina de Plauto y Terencio, es decir, es una comedia de enredo, llena de color, con personajes convencionales. Y por lo que respecta al contenido y a la estructura de las obras, a diferencia del teatro medieval que alternaba breves piezas cómicas con largos ciclos edificantes y moralizadoras, en el siglo XVI se busca la acción unitaria en cinco actos, sin entreactos, en dos o tres horas y sin que los personajes que no participasen realmente en la escena se mantuvieran en ella. Finalmente, es un teatro que busca la verosimilitud en el espacio y en el tiempo, aunque tienda a ajustarse a las normas de las tres unidades presuntamente aristotélicas.